miércoles, 25 de diciembre de 2013

La historia narrada -y hablo de La historia, y no de la Historia- requiere un espacio muy concreto para lo no-dicho, no-verbalizado, lo que ya se ha dicho de lo anecdótico.

anécdota.
(Quizá del fr. anecdote, y este del gr. ἀνέκδοτα, cosas inéditas).


Las vueltas que se da sobre la inexactitud del discurso tira de un hilo que sale directo de una garganta y una vez fuera se abre en flores y hojas y raíces, raicillas, rizoma. La imposibilidad de comunicación exacta deja ese baile de palabras que designan cosas inexactamente y silencios que dibujan que no es primavera sino invierno, invierno frío y camas y soles; otro invierno. Un poema se alza como una torre y cae como caen todas las torres -pues todas las torres caen- y contempla su caída desde el alto lugar de la derrota. Hay un lugar en este invierno para el verano, y en otro invierno para el error de otro verano, y en otoño y primavera, ¿para qué?, ¿para qué?. La historia narrada requiere ante todo un espacio para los desórdenes y la suerte de saberse cada vez menos anécdota, pero no por ello más exacta. 

Qué les voy a contar.